El salón de la casa de Abuela Aurora estaba lleno de fotografías de señores con bigote con cara de antiguos y señoras emperifolladas apoyadas en pedernales. Los pequeños teníamos la entrada prohibida. En verano, a la hora de la siesta, cuando el calor se hacía insoportable y todos dormitaban, conseguía escabullirme a través del dormitorio donde Padre roncaba hasta el pequeño museo. Allí fue donde caí fulminado ante el verdadero poder de la fotografía. Si tan solo una de mis fotografías pudíera hacer que sea para un espectador el comienzo de una historia, el objetivo de esta expo se habrá cumplido con creces.