«El sentido de la vida no es, pues, otro que aceptar cada cual su inexorable circunstancia y, al aceptarla, convertirla en una creación nuestra. El hombre es el ser condenado a traducir la necesidad en libertad.» José Ortega y Gasset en El tema de nuestro tiempo.
«Los héroes clásicos reflejados en los espejos cóncavos dan el Esperpento. El sentido trágico de la vida española sólo puede darse con una estética sistemáticamente deformada.» Max Estrella en Luces de Bohemia, de Ramón María del Valle-Inclán.
No deja de ser curioso que el Sr. Calvo haya invitado a escribir estas líneas, que se suponen versadas sobre su obra pictórica, al más ciego de sus atorrantes amigos. He aquí la flagrante evidencia de que Roberto detesta la calidad en cuanto la ve. A pesar de ello, a mí no me importa entrar en este juego, quizá porque yo soy tan amante de la farsa como él. Es muy probable que este amor a la comedia (además de nuestra común adicción a la nicotina y a la iconoclasia cervecera) sea uno de nuestros nexos de unión más fuertes y sólidos, nuestra común válvula de escape de un mundo que anda enfermo de REALIDAD.
La crisis económica con la que se nos mina el ánimo diariamente en los medios de comunicación no es nada, comparada con otra más patente e importante y sobre la que nadie quiere hablar: la crisis vital. Día tras día asistimos dóciles a la propagación de una sorda violencia institucional que paulatinamente cercena o anula nuestros derechos y libertades individuales, sumiéndonos en un proceso de zombificación en el que, por otra parte, muchos se sienten de lo más a gusto. Alienación, diagnosticaría yo. Para estos muertos vivientes el nuestro es el mejor de los mundos posibles, y asisten agradecidos al festín de VERDAD y REALIDAD que se ha cocinado para ellos desde los oscuros sótanos de las entidades financieras, donde señores muy bien trajeados cuentan con avidez sus relucientes monedas. Lo cierto es que esa VERDAD y esa REALIDAD que tratan de vendernos no es más que otra farsa (muy bien urdida, eso sí) que pretende domesticarnos para preservar el statu quo.
El arte no ha sido inmune a esta peste de diseño y se ha convertido en un mundillo de putas y proxenetas que sorben champagne de sus propios ombligos y practican la genuflexión ante señoras con pechos de plástico que van ataviadas con abrigos de visón. Quizá ha llegado el momento de dar respuesta al continuo acto de sodomía con el que el Sistema trata de someternos a su voluntad. Quizá ha llegado el momento de que el arte vuelva a ser el revulsivo liberador que fue en otros tiempos y los artistas pongan a trabajar sus cóncavos lienzos para mostrar el esperpéntico y grotesco panorama que se esconde tras el acomodaticio velo de la normalidad.
Y en esas lides encontramos al amigo Roberto, nuestro Dorian Gray particular, quien llena sus cuadros con gentes sin alma ni pasión, poetas olvidados, paisajes crepusculares repletos de deshechos y grúas, gentes que hablan para no entenderse, banquetes infinitos que celebran la mediocridad, perros que bailan en paellas valencianas, montones de basura y estiércol putrefacto sobre los que se sostiene el ego de Occidente…
Quizá haya llegado el momento de hacer algo… O quizá no. Quizá el asunto no tenga ya remedio y lo mejor sea que nos sentemos, con una cerveza en la mano y los pies colgando del abismo, a contemplar impenitentes como el mundo se devora a sí mismo y concluir, tras el último sorbo, que la vida es una mierda maravillosa.
Josep A. Gordillo
REPARTIDOR DE PIZZAS